jueves, 12 de julio de 2012


México

La   democracia en su laberinto

Daniel Martínez Cunill

¿Presidente legal o legítimo?

Después de presenciar las elecciones mexicanas uno entiende por qué García Márquez  decidió vivir en la nación azteca. Le basta salir a la calle para estar en Macondo y ver que el realismo mágico recorre a sus anchas la vida cotidiana y la vida política de México.

El principal culpable del fraude que arrebató la victoria a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988,  Manuel Bartlett, resulta electo senador por la coalición de izquierda. Un ex guerrillero de los años 60, René Arce, y Rosario Robles, ex Presidenta del Partido de la Revolución Democrática, se sumaron a la candidatura del PRI.  Desde el otro polo, el ex Presidente Vicente Fox del Partido de Acción Nacional, PAN, llamó a los militantes de su partido a votar por Peña Nieto.

No es raro entonces que, transcurridas dos semanas de las elecciones en que se elegía nuevo presidente y se renovaban totalmente ambas cámaras, la democracia electoral mexicana se encuentre extraviada en su laberinto.

Las autoridades reconocen como ganador a Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional, PRI, pero la izquierda que habría quedado en segundo lugar, no acepta el veredicto y apela al recuento de los votos y al Tribunal Electoral, TEPJF.

Poco a poco los principales Presidentes y jefes de Gobierno del mundo, Obama, Merkel, Hollande felicitaron a Peña Nieto por su triunfo, lo que despertó amargas críticas desde la izquierda. Cuando se sumaron a la lista Chávez, Evo y Raúl Castro se vivió una sensación de impotencia.

Mientras el Instituto Federal Electoral, IFE, institución encargada de velar por la limpieza del proceso, declaró que había sido el más transparente, imparcial y de toda legalidad, las fuerzas políticas aglutinadas en torno al candidato Andrés Manuel López Obrador lo acusan de estar plagado de irregularidades,  fraude y compra de votos.

Así entonces, se reiteran condiciones similares a la elección presidencial de 2006, donde López Obrador resultó derrotado en un final de fotografía, marcado por la acusación de fraude. No obstante, concurren nuevas condiciones que hacen difícil forzar el paralelo. La principal de ellas es que esta vez el ganador tiene una diferencia de tres millones y medio de votos a favor respecto al segundo.

El Partido Revolucionario Institucional, PRI, ganó con un 38 % contra el 32% del candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador.

En el Congreso de la Unión, la izquierda resulta ser la tercera fuerza en el Senado, pero se eleva a segunda mayoría relativa en la Cámara de Diputados. En ambas el PRI pese a ser la primera mayoría no logra la mayoría absoluta, por lo que deberá negociar si desea llevar adelante las reformas imprescindibles para sacar a México de su marasmo institucional. Queda por ver la voluntad de los parlamentarios de izquierda para negociar con el partido gobernante.

Nuevamente la amenaza de un gobierno legal pero que carecería de la legitimidad necesaria para gobernar con estabilidad se cierne sobre México. Delicada situación puesto que el presidente saliente, Felipe Calderón, hipotecó todo su sexenio al iniciarlo con medidas apresuradas en búsqueda de la legitimidad que necesitaba. De reiterarse el fenómeno con Peña Nieto la ingobernabilidad se anuncia ineludible.

Cuando la izquierda gana perdiendo, o AMLO pierde ganando

50 millones de ciudadanos mexicanos participaron en esta elección y 16 millones de ellos otorgaron su respaldo a la izquierda.

No le falta razón a AMLO cuando alega que hubo compra de votos de parte del PRI para beneficio de Enrique Peña Nieto. Más complicado es aceptar que hubo manipulación de las urnas y de las actas de las mesas, puesto que un recuento de los votos, basado en la legislación electoral vigente, arrojó leves modificaciones a favor del candidato Peña Nieto y en legisladores apenas si movió un diputado local a otro partido.

Es decir, la etapa desde el momento en que el ciudadano depositó su voto hasta que se contó, escaneó y recontó en las Juntas Distritales no dio margen a que se alterara masivamente la voluntad del elector.

Donde hubo comprobadas irregularidades y faltas diversas, fue en la campaña electoral, donde se utilizaron un sinfín de recursos no previstos en la ley para inducir el voto. Encuestas manipuladas, dinero, prebendas, regalos y un bombardeo mediático inclinaron la balanza a favor del candidato priista. El problema para la izquierda es que estas acciones no fueron debidamente estipuladas en la última reforma política y aunque son reprobables moralmente no está contemplada claramente su sanción en el actual ordenamiento electoral de México.

Nunca la izquierda había logrado 16 millones de votos, cómodas mayorías relativas en ambas cámaras y ganado tres gobernaturas, una de ellas la del Distrito Federal que le permite conservar el control de la capital de la nación. El saldo es amargo para AMLO porque nuevamente se le va de las manos la presidencia, pero el espacio que logran los tres partidos de izquierda que forman su coalición es inédito.

La siguiente tabla presenta la cantidad y porcentaje de votos de cada candidato por partido o coalición, hasta el momento, a nivel nacional.

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Partidos o coaliciones


JOSEFINA EUGENIA VAZQUEZ MOTA

ENRIQUE PEÑA NIETO

ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR

GABRIEL RICARDO QUADRI DE LA TORRE

Candidatos
no
registrados

Votos
nulos

Total
de
votos

Actas

Lista
Nominal

Participación
Ciudadana

Capturadas

Totales

Total de Votos

12,473,106

18,727,398

15,535,117

1,129,108

31,660

1,191,057

49,087,446

141,935

143,437

77,738,494

63.14%

Porcentaje

25.40%

38.15%

31.64%

02.30%

00.06%

02.42%

100.00%

98.95%





Quién gana y quién pierde

Hace doce años, cuando el PRI conoció por primera vez la derrota y tuvo que abandonar la casa presidencial de Los Pinos, intenté una interpretación explicativa haciendo un paralelo entre la derrota del PRI y la caída del régimen soviético. En México el poder presidencial del partido de gobierno se desplazó del gobierno central a los gobiernos de los estados, donde el PRI siempre ha conservado la mayoría, un promedio de 20 de 32 entidades.

En esta ocasión, recurro a un paralelo semejante al anterior. Para explicar el retorno del PRI al poder, de donde en realidad nunca se fue, digamos que la victoria de Peña Nieto es el retorno de Putin a la presidencia de Rusia.

Es cierto que Peña Nieto no tiene los atributos de liderazgo que posee Putin, no obstante su entorno inmediato y las capacidades gubernamentales del grupo que lo rodea y que en los hechos ejercerá el poder, garantizan la combinación de gobernabilidad, mano dura y capacidad de negociación que su propuesta de gobierno requieren. En realidad Peña Nieto podría ser una mezcla entre Berlusconi, por su impacto mediático y su dependencia de los poderes fácticos/televisivos, y Putin, por su característica de gobernante que no se hace problemas en recurrir a la mano dura para enfrentar la violencia, sea del signo que sea.

Uno de los puntos decisivos en la inclinación del voto no fue el fraude que acusa la izquierda. No cabe la menor duda que la percepción generalizada de los ciudadanos,  independientemente de que el PRI sea o no corrupto, es que sabrá resolver el problema de la violencia del narcotráfico y la delincuencia, que es la herencia más pesada que deja Felipe Calderón.

El mexicano promedio, hastiado y asustado por la penetración del narco en la vida cotidiana, matando, secuestrando o corrompiendo autoridades, votó por el PRI con la esperanza de que este viejo partido, con sus viejas mañas y procedimientos ortodoxos, sabrá regresar la tranquilidad a la ciudadanía. Importando más los resultados probables que la moral o limpieza de los procedimientos a los que se recurra.

El diagnóstico más acertado era el de la izquierda, porque apuntaba a las causales estructurales de pobreza, falta de oportunidades de la juventud y policías venales. Pero ese discurso no llegó a  las grandes mayorías.

El fracaso neoliberal

El antiguo esplendor del  PRI entró en una espiral descendente a partir de 1982 cuando los dirigentes de la época creyeron llegada la era del neoliberalismo que debería reemplazar al nacionalismo revolucionario.

La noción de partido/estado comenzó a vivir su más profunda crisis por resultar incompatible con las exigencias de implantar un gobierno regido por las tesis del neoliberalismo, reducción del papel del estado y plena vigencia de las leyes del mercado.

El PRI no estaba preparado para que una de sus herramientas habituales de control, el estado, se adelgazara al máximo. En el caso de la competencia, el PRI estaba acostumbrado a ella, bajo la condición de que fueran sus instrumentos corporativos los que la regularan.

Lo que ocurrió en esta elección es que la izquierda quedó prisionera entre el temor a aparecer como extremista, similar a Chávez o Evo Morales, o bien ser una propuesta socialdemócrata que arrebatara las banderas sociales reivindicadas por el PRI. Sometido a esa disyuntiva el candidato López Obrador propuso un proyecto intermedio, bajo el principio de la República Amorosa, que no logró ser claramente explicado a la población y por lo mismo no levantó un masivo respaldo, imprescindible para derrotar la maquinaria priista.

Paradojalmente, la crisis hegemónica del neoliberalismo afectó más al PAN, que aparece como su defensor más ortodoxo y a la Izquierda, que no logró proponer un modelo alternativo que ganara entusiastas. El PRI, que se asume como “nuevo PRI” dice haber aprendido mejor la lección y ofrece una alternativa que generó mayores expectativas.

La moneda está en el aire

Existen muchos dirigentes políticos y sociales que dicen: si mi país tuviera frontera con Estados Unidos de Norteamérica seríamos ricos. En realidad la vecindad con la primera potencia del mundo, resulta a lo largo de los años una fuente de conflictos y dudosos beneficios.

Paradojalmente las propuestas sobre política exterior  fueron bastante pobres en las tres candidaturas, pero de ellas la posibilidad de incidir de la manera más explícita estaba en la del PRI y es una evidencia de que EEUU sigue siendo un factor de política interna en México.

Al cierre de esta semana Andrés Manuel López Obrador decidió ya de manera definitiva impugnar el resultado de las elecciones celebradas el 1 de julio. Los alegatos se basan fundamentalmente en la inequidad que hubo entre los candidatos presidenciales. Será muy difícil que bajo ese supuesto, logre que los magistrados del TRIFE lo acepten y, en su escenario óptimo, se anule el proceso electoral.

Hasta allí lo esencialmente jurídico del futuro de la decisión de López Obrador de impugnar el proceso electoral.

Peña Nieto se posiciona y responde presentando su equipo de trabajo y recalca la importancia de integrar mayorías con todas las fuerzas, las cuales deberán estar comprometidas para lograr la transformación y el cambio: "Como presidente de la República seré absolutamente respetuoso de la visión y del aporte de todas las fuerzas políticas". Y agregó "La democracia no se agota en la participación de los ciudadanos. Apenas da inicio en la construcción de acuerdos". Conocedor de sus debilidades, anunció la creación de la Agencia Nacional Anticorrupción.

México vive la ingobernabilidad de una elección no resuelta, con un presidente saliente que saca provecho de esas indecisiones para limpiar su expediente y un movimiento social en plena expansión y que se plantea si no ha llegado el momento de olvidar a todos los partidos y avanzar con su propia agenda.

Una agenda de movilizaciones, resistencia civil y desconocimiento frontal al nuevo gobierno que se perfila.